La familia Pérez Madroñal se despide tras más de 60 años trabajando la agricultura recogiendo la última siembra de algodón, un cultivo con el que llevan desde principios de los años 80
Una vez la máquina termine de recolectar el algodón sembrado en el camino que discurre entre el Puente del Castellón y El Toril, el tractor apague el motor y el camión se lo lleve ya pisado y preparado para su venta, se acabó, no habrá una nueva cosecha el año próximo. Como si de un comercio se tratase, la familia Pérez Madroñal echa el cierre y, por fin, se tomará una merecida jubilación tras 60 años trabajando la tierra y, alrededor de 40, plantando algodón.
Eduardo Pérez, al que toda la vida se le ha conocido por Sebastián (sin que él aclara muy bien por qué) y Josefa Madroñal, a quien todo el mundo llama en diminutivo, empezaron a trabajar en los años 60. En los años duros del franquismo tuvieron que emigrar a Barcelona, donde tienen familia, y allí seguir trabajando. A principios de los 80, en Burgos, Sebastián se lesionó la espalda y decidió volver a su casa, a La Rinconada, concretamente a la calle Las Golondrinas del barrio de San José, donde, a día de hoy, cuarenta años después, siguen viviendo.
Fue aquí cuando Josefita tomó las riendas y empezaron a plantar algodón. Compraron tierras, vendieron, arrendaron, unas veces con mayor extensión, otras con menos, pero siempre cultivándola y eligiendo, como producto estrella, el algodón, un cultivo que, quizás, está un poco en desuso en los últimos años, pero por el que esta familia ha seguido apostando permanentemente.
Sebastián ha cumplido 80 años y, aunque no osaría preguntar su edad a Josefita, sí tienen los años suficientes para haber criado a cinco hijos (Eduardo, Rocío, Nané, Carlos Roberto y Álvaro) y a algunos nietos, que oscilan entre la mayoría de edad y la preparación para entrar al colegio. Si algo ha definido la vida de esta familia ha sido el trabajo, un trabajo duro y, a veces, desagradecido, como el campo, pero al que siempre han sabido exprimir para, a base de sudor, sacar a su familia adelante.
Ahora, que sus hijos tienen la vida resuelta, igual que ellos desde hace años, ponen el punto y final y, con unos años de retraso, se toman una merecida jubilación. “Yo creo que ya está bien y los niños no quieren campo, con lo que, hasta aquí hemos llegado”, decía Sebastián cuando hacíamos unas fotos para ilustrar este texto.
En el campo, estaba su hijo Álvaro, el más pequeño de la familia, su nuera Raquel, la mujer de Eduardo, el hijo mayor, y sus vecinos de enfrente, Julio y Loli, que ejemplifican a la perfección eso de la familia que se elige y con los que son uña y carne. También había otro amigo de la familia y el delegado de Agroindustria del Ayuntamiento de La Rinconada, Manuel Coronel, que quiso conocerlo, saludarlo y felicitarlo por su trayectoria laboral y por una vida al pie del cañón. “El trabajo de esta familia, su compromiso con el campo, su dedicación… son dignas de admiración”, refería el edil, que añadía que “yo creo que hace años que se han ganado el derecho a descansar y disfrutar de su familia, de los amigos, de viajar o hacer otros planes de ocio”.
Seguramente, el año próximo, cuando lleguen las fechas de la siembra, Sebastián y Josefita se sentirán raros, probablemente, incluso echarán de menos la rutina del cultivo y recolección del algodón, pero, lo cierto es que acumulan años de trabajo para vivir dos vidas y que existen cosas bonitas que se merecen ver, conocer y disfrutar, porque se lo han ganado.