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El escritor mexicano Juan Villoro, Premio Factoría Creativa de las Letras Iberoamericanas

Cultura y patrimonio |

“Cuando uno escribe es como si lanzara una botella al mar con un mensaje, sin saber si eso llegará a las manos correctas y, estar aquí, me hace sentir que mi botella llegó a la playa apropiada”, ha referido el autor al recoger el premio

Recordaba la I Teniente de Alcalde y Delegada de Cultura, Raquel Vega, al recientemente fallecido Mario Vargas Llosa, durante su intervención en la entrega del Premio Factoría Creativa de las Letras Iberoamericanas a Juan Villoro. Afirmaba el Nobel peruano que “la pasión por la literatura, como todos los buenos vicios, se acrecienta con el paso de los años”. Y un viaje apasionante por las letras y la creación ha sido este acto literario que tuvo lugar en el Centro Cultural Antonio Gala donde el Ayuntamiento de La Rinconada reconocía al escritor mexicano.

Raquel Vega destacaba que “la cultura, los libros, construyen buenos ciudadanos, libres de prejuicios, críticos, alejados del pensamiento único, combativos, pero no beligerantes, informados, constructivos en un mundo donde unos cuantos han hecho de la destrucción su razón de ser. Y eso es Estación de las Letras, ojos abiertos y mente en constante expansión”.

Del autor mexicano refería que “es un autor global, total, universal. Periodista, ensayista, dramaturgo, novelista, traductor, apasionado del fútbol, cronista, cuentista, compositor de canciones o profesor universitario…. Tiene una obra fastuosa y coral, donde el género es lo que menos cuenta, ya que todas y cada una de sus obras forman parte de la definición de su creador”.

Con estas palabras entregaba el galardón al autor de ‘La tierra de la gran promesa’. Este subrayaba “el enorme gusto de estar en esta ciudad y sentir que mis palabras cruzaron el océano. Andalucía ha sido decisiva para América latina; el español de México le debe mucho a Andalucía, estamos cerca culturalmente. Es mucho lo que nos une desde hace siglos a las dos orillas del océano, de modo que es un privilegio. Cuando uno escribe es como si lanzara una botella al mar con un mensaje, sin saber si eso llegará a las manos correctas y, estar aquí, me hace sentir que mi botella llegó a la playa apropiada”.

Acto seguido daba inicio una tertulia literaria entre Villoro y el también escritor, mentor de Estación de las Letras y miembro del Consejo de las Letras de La Rinconada, Fernando Iwasaki. El autor peruano definía al mexicano como “un escritor especial” por “ser un maestro de la exposición”, “capaz de trazar una toda una cartografía de su lectura y conocimiento con orden riguroso”, “un genio de la conversación” y “con capacidad para poder relacionar los elementos más inverosímiles”.

“El conocimiento está hecho de ilusiones, pero también de esfuerzos, obstáculos y traumas”

El padre de Juan Villoro era filósofo, su madre psicoanalista y su abuela paterna escribía libros de autoayuda. “¿Viene de ahí tu vocación por las humanidades, la escritura, el conocimiento, las lenguas?”, le preguntaba Fernando Iwasaki.

Así, el escritor afirmaba que todo parte de la “mezcla de culturas. Mi padre era filósofo y a mí eso me desconcertó de niño, es difícil entender a qué se dedica tu padre que dice que investiga el sentido de la vida”. “Como buen filosofo era muy desapegado, no estaba muy presente en la vida emocional, y tomo la decisión de que yo debía estudiar en el Colegio Alemán”. “El idioma de los filósofos era el alemán, y con 4 años entré. Durante 9 años lleve todas las materias en alemán, salvo lengua nacional. Fue una educación que me costó mucho trabajo y, al mismo tiempo, fue muy formativa, me dio disciplina y me obligó a sobrevivir a través del estudio. Fraguó una relación neurótica con el conocimiento, mi padre y el alemán. Cuando pude escoger una escuela por mi cuenta acabé bachillerato en un colegio de republicanos españoles, el colegio Madrid, y me dio cierta relajación”. Paradojas de la vida es traductor de este idioma y “lo que empezó como una tragedia acabó bien y disfruto mucho ahora el alemán. El conocimiento está hecho de ilusiones, pero también de esfuerzos, obstáculos y traumas”.

También habló de su abuela, María Luisa Toranzo, que escribía libros de autoayuda para escuelas católicas. La timidez de Villoro preocupaba a su abuela y ésta le dejó sus diarios. “La quise mucho, fue una mujer muy mundana en la primera parte de su vida, luego, siendo muy católica sintió que había sido demasiado frívola y se encerró en una vivienda muy pobre, y no salió por el resto de sus días. En ‘El vértigo horizontal’ cuento el día excepcional que la sacamos a pasear por Ciudad de México, muchos años después en una ciudad desconocida para ella ya”.

De su madre afirmó que era “enormemente emocional, torrencialmente sentimental, un libro abierto”.

Así, todas esas influencias marcaron su vocación. “A veces lo que llamamos habilidades es una reacción ante numerosos impedimentos. Desde niño descubrí que no tenía talento para el canto, ni la música, las matemáticas o los deportes… todo se fue reduciendo a la palabra”. También gustaba de escuchar la radio, las radionovelas, pero, sobre todo, las retransmisiones de los partidos de fútbol. “Yo ordeno el mundo según los partidos de futbol”. “Los locutores antiguos eran auténticos rapsodas y te hacían creer, sobre todo en México, que se disputaba la guerra de Troya, batallas épicas.  Me encandilaba con todo eso, lo menos importante era el partido”.

“El humor permite tener una reconciliación critica con una realidad incomoda”

Si algo marca la obra de Juan Villoro es el humor presente en ellas.  “El humor permite tener una reconciliación critica con una realidad incomoda, nos permite sobrellevar cosas que sabemos que son molestas. Nos burlamos de ellas. El humor nos reconcilia con un mundo imperfecto, sin que deje de ser imperfecto, pero al burlarme lo soporto mejor”.

Y para ello usaba un símil futbolístico: “En México es común que asumimos el apoyo a nuestra selección cautelosamente, nuestro grito es “¡Sí, se puede!”, no le pedimos a la selección que recupere días de gloria, sino que inaugure una calidad que no ha tenido. Cuando pierde apoyamos a Brasil”.

Y es que para el escritor mexicano “nuestra cultura se percibe muchas veces como menor, porque se forjó durante la Nueva España, siendo España la metrópoli, nos independizamos y compartimos la frontera más cruzada del mundo, con EE.UU., que nos quitó el 55% de nuestro territorio. Eso nos permite tal vez adoptar, con enorme habilidad, posturas como que nos puede representar bien otro país. Así, México y Perú tiene traductores de primer nivel porque nos acercamos a otras culturas”.

“La tarea del escritor es renovar la perplejidad, la capacidad de asombro ante cosas que damos por sentada”

Le preguntaba Iwasaki sobre la perplejidad en su obra, sobre lo que el propio Villoro dice: que escribe desde el umbral de los pos humano. A lo que respondía que “nada es tan desconcertante como la realidad. Muchas veces damos por sentadas las cosas y pensamos que lo que ocurre tiene una dosis de normalidad, pero bien mirada, nuestra vida familiar es profundamente exótica. Si tuviéramos la habilidad de vernos como seres de otro planeta y observáramos nuestras costumbres y modo de comportarnos, advertiríamos que hay muchos asombros que nosotros tomamos por una costumbre”.

Para el autor de ‘El testigo’, “la tarea del escritor es renovar la perplejidad, la capacidad de asombro ante cosas que damos por sentada. Hay una cantera de sorpresas y hechizos de lo más común”. Y en esa perplejidad de hoy día surge su último libro ‘No soy un robot: La lectura y la sociedad digital’ que “tiene que ver con la circunstancia única de la historia de la humanidad donde somos la primera generación que entramos a una página digital y debemos tachar una casilla que dice “no soy un robot”, es decir, nos acreditamos como humanos y la paradoja de que quien nos acepta es que es un robot, una maquina nos autoriza a seguir siendo humanos. Estamos en un momento en el que la IA empieza a asumir tareas que antes hacían los seres humanos y abdicamos de habilidades que antes eran frecuentes”.

Una relación con la ciencia a la que se ha acercado a través de la literatura y sobre todo de la crónica, donde “uno puede escribir lo que no sabe”, acercándose a especialistas, “sin ser un experto te acercas a ellos y ese ha sido mi trato con la ciencia”. En la obra de teatro ‘La desobediencia de Marte’ se aproxima a las figuras de dos astrónomos, Johannes Kepler y Tycho Brahe. “Me interesa la explicación racional del universo en muchos campos y tengo una curiosidad grande. He tratado de entrar en contacto con lo humano de la razón científica, porque, a fin de cuentas, los científicos ponen en juego su personalidad, su carácter, su neurosis, trauma y eso es fascinante… en la obra trato de hablar de las cuestiones científicas, pero también me interesa la pasión detrás de la razón, eso siempre me ha cautivado”.

Finalizaba este encuentro con un toque de humor, como no podía ser de otra forma, hablando del chile y del placer mexicano por el picante. “Los placeres mexicanos muchas veces colindan con el sufrimiento… es una cuestión de patriotismo. Son placeres extraños, ¿qué necesidad tenemos de perforarnos el duodeno? Siempre digo que el chile es como los políticos mexicanos, que cada vez se le encuentran nuevas propiedades”.

Tras firmar ejemplares de sus obras al público, se trasladaba al Sendero de la Creación a descubrir una escultura con su nombre.

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