01/05/2008
Manuel Alfonso Rincón
El ambiente, la España, el pueblo que se veía, que se notaba al llegar la República era muy distinto al anterior. Aun concediéndoles a los defensores de la Dictadura de Primo de Rivera el mérito de que hizo mucho por España -por ejemplo nuestro San José y toda nuestra prosperidad vienen de él, con las Azucareras, los regadíos y la siembra de nuevas plantas- la diferencia con la República era algo sustancial, era que por fin el pueblo podía opinar, quería saber porque el saber le iba a servir para algo, tenía esperanzas porque el futuro podía decidirlo él, por fin era suyo.
Y así en unos días de aquella República en que nos afanábamos en urbanizar el 'Legío', y en seguir recibiendo instancias, el mismo día en que Emilio Otto Moeckel nos enviaba el presupuesto para dotar de pupitres la nueva escuela, ese mismo día que nos ocupábamos de cosas tan materiales y 'necesarias', en la Barriada de San José, como se decía entonces, tanta y tanta lata le daban a las clases cultas que se llegó a fundar una Sociedad Cultural Recreativa para que se impartieran conferencias.
Y las clases cultas, mitad porque el pueblo los invadía con sus deseos, mitad porque eran cultas pero no burguesas y caciquiles, organizaron la que fue la 1ª conferencia en esa Sociedad Cultural Recreativa.
La daría el culto médico del pueblo y Presidente honorario de la Sociedad Don Juan Muñoz Domínguez y sería a las 10 de la noche.
Se formó la mesa presidencial con el conferenciante, el presidente efectivo de la Sociedad Francisco Martínez Velasco, el tesorero. Izquierdo, el secretario Sánchez y el practicante titular Rodríguez.
Y comenzó el acto con la presentación del conferenciante por parte del Presidente Martínez Velasco porque es como debe hacerse en todos estos actos, aunque de sobra todos conocían al buen médico ya que hasta más de uno le debía la vida. Y en el tema sobre el que disertó, 'La higiene rural', el señor Muñoz hizo un recorrido, adornándolo con exquisita oratoria, por las distintas enfermedades frecuentes en el campo y los medios e higiene con que pueden prevenirse, la profilaxis de las mismas y el gran peligro que supone para la vida de los pueblos el abandono higiénico en que algunos se encuentran, parándose sobre todo -era la enfermedad de moda en aquellos tiempos: ahí tenemos al Colegio 'el Cólera'- en la propagación del paludismo en sus distintos aspectos.
Adornó el doctor su exposición sobre las distintas enfermedades, con las justas palabras técnicas de cada una de ellas, los diagnósticos y las causas que él tenía en cuenta cada vez que visitaba a uno que las padeciera, y los tratamientos y los estudios y pruebas de donde los químicos habían sacado medicamentos, pócimas, jarabes, específicos y preparados, con lo que llegó al final y a la frase de ritual con que se acaban siempre las conferencias, esas últimas palabras, 'he dicho", tras las que todos estallaron en un aplauso que no había manera de parar de admiración, de agradecimiento, de comunión con aquél que tanto sabía y que había tenido a bien comunicárselo.
Y así fueron saliendo del salón entre positivos, instructivos comentarios camino de sus casas y de sus chozos con la alegría interior de que no sólo estaban en una República con la que se empezaba a hacer justicia social y política sino en una sociedad en la que se podía aprender y prosperar y quién sabe si algún día alguno de la familia, el chiquitín que ronroneaba en la cuna en el rincón más calentito del chozo por ejemplo, quién sabe si algún día no llegaría a médico como aquel Don Juan que tanto sabía y que había tenido la deferencia de enseñárselo a ellos.
Era algo que se veía posible con un régimen como el republicano; con la vuelta de uno parecido o peor que la Dictadura anterior las posibilidades se desvanecerían: mejor ni planteárselo.