Las continuas riadas llevaron a una nueva refundación del pueblo, a una expansión que lo convirtió en una entidad nueva porque a finales del siglo XIX cupo la idea, tras una terrible inundación, de trasladarlo a las tierras que el Municipio seguía poseyendo –a pesar de las rapaces Desamortizaciones- en las Dehesas del Este del Término, más quiso la Providencia que no tuviera lugar tal traslado, sino que en ellas se formara una localidad “añadida”, el barrio de San José, en la que una inmensa masa de gente iba a encontrar trabajo y acomodo en los años subsiguientes.
Así desde principios del siglo XX granadinos, portugueses, almerienses, cordobeses y gentes de Badajoz, del Saucejo, de Castilblanco y de casi todos los pueblos de Huelva, de la misma Sevilla y de Málaga cogieron sus pobres equipajes y se presentaron en esta tierra en la que el establecimiento del ferrocarril al principio, y unas Azucareras, unos regadíos y un auténtico aprovechamiento del ferocísimo suelo en un segundo momento, fueron capaces de darnos de comer a todos nosotros y a todos ellos: todo era cuestión de hacer un mejor reparto de lo que había, reparto en el que, en cuanto al trabajo, nadie más hospitalario y solidario que los rinconeros y, en cuanto al capital, nadie más contestatario y exigente, también, que nosotros –y que los que con tanto esfuerzo habían llegado hasta aquí- para pedir, para exigir que toda la propiedad y la riqueza, nacida de la abundante agua y del mencionado riquísimo suelo, cumpliera la razón de su existencia, el servir al mejor nivel de vida de todos los habitantes (quizás en esto hayamos sido hijos, sin pretenderlo, de la memoria histórica, de los genes históricos y del ejemplo de aquel Rey que fue nuestro fundador y que fue hecho santo por consenso de todos, ya que entre todos los de entonces –cristianos, musulmanes, judíos- repartió por igual sus atenciones hasta el punto de dar lugar en Sevilla y sus alrededores a la primera convivencia interétnica y plurinacional del nuevo mundo occidental que estaba naciendo).
Y así fuimos mejorando nuestro nivel económico y nuestro desarrollo público en los primeros años del siglo XX y con Primo de Rivera (1923-1930) por el esfuerzo de todo el pueblo y por la labor de investigación agraria del Conde de Benjumea y de Don Miguel Sánchez-Dalp, principalmente (también fue el momento del establecimiento de las Azucareras, de la consolidación de la estación y de la construcción del artístico Ayuntamiento, obra de Gómez Millán), mejoría que se extendió a todas las capas sociales gracias a los Ayuntamientos de izquierda que nos gobernaron siempre en la República, y fuimos luego agricultores-modelo en tiempos de Franco (se escogieron fincas de nuestro Término para la visita de Eva Perón a un “campo andaluz ejemplar” en 1947), y continuamos nuestro progreso, dentro de las grandes limitaciones que ponían la autarquía y el control franquista en los años 50 y 60: por ejemplo, en el aspecto poblacional fuimos pasando de los 7 000 a los 13 000 e incluso 15 000 habitantes en pocos años, y en el urbanístico extendimos San José hacia el cruce con la barriada Almonazar y por la Carretera Bética con las Viviendas protegidas, y extendimos el pueblo hacia el Barrionuevo y el Tejar, por un lado, y por el Ejido en la salida de Sevilla.
Pero atraídos por nuestras posibilidades de trabajo en el campo, en la construcción y en la pequeña industria y, sobre todo, por nuestra cercanía a Sevilla, digamos que la cantidad de inmigrantes que se presentó en nuestras puertas en los 60 había que calificarlo de exorbitante, de excesivo, por lo que constituyeron una cantidad inasimilable para los tradicionales y semimedievales métodos franquistas especialmente en el aspecto de la vivienda, problema que pasó a ser nuestra principal preocupación desde el momento en que el paisaje de chozas que se divisaba a lo largo de toda la carretera viniendo de Sevilla (Veredas del Santo y de los Solares, además de la de Chapatales en el extremo opuesto) era auténticamente tercermundista.
La solución vino de la mano de la construcción de los mil pisos de San José en el año 72, el reto más grande y “de una tacada” que se había emprendido en Andalucía hasta ese momento, mil pisos que fueron como el “tambor de arrebato” que nos lanzó por la modernización de nuestro viario con la iluminación fluorescente y el asfaltado de todas las calles en las dos poblaciones (algo desconocido en los pueblos españoles de entonces), las piscinas, los nuevos Colegios y, en años sucesivos, los Institutos, el Mercoguadalquivir, las varias sucursales bancarias, los pabellones deportivos, el centro comarcal del INEM, etc.
Por Manuel Alfonso Rincón
(Historiador Local)